Premio a la vida y obra
de un periodista


Alfonso López Michelsen

Difícil me es transmitir los sentimientos que me embargan con motivo de recibir, al final de mis días, este Premio, que fue sometido a la consideración de jurados durante 20 o más años, sin que faltaran los que objetaran la escogencia de una persona tan estrechamente vinculada a la polémica política. Pero, al lado del agradecimiento como sentimiento profundo, experimento, igualmente, una emoción muy personal que someto a la consideración de ustedes.

Hace exactamente 30 años se celebró la ceremonia del otorgamiento de los Premios Simón Bolívar, auspiciados, como siguen siéndolo, por Seguros Bolívar. En esas circunstancias me desempeñaba yo como Presidente de la República, y me entregó los premios, para ser traspasados a los beneficiarios, el mismo José Alejandro Cortés Osorio, que hoy nos acompaña presidiendo esta ceremonia. No deja de ser curioso que estemos, otra vez, reunidos exactamente como estábamos en 1976 y cuando ya son numerosas las bajas que registramos en nuestras filas. En primer término, viene a mi memoria el agraciado, en aquella fecha, Roberto García-Peña, el único que nos falta de ese escenario, y nos falta, no solamente para esta ceremonia sino para el rumbo de la opinión pública en Colombia al tratarse de una persona tan distinguida por la nobleza de sus sentimientos.

Al mismo tiempo, con la concurrencia, celebro el recinto en donde tradicionalmente venimos a oír buenas noticias. No guardo memoria de haber escuchado en este espacio ninguna voz discordante, ninguna palabra ofensiva, ningún agravio, en las más diversas circunstancias. Es, pues, providencial estar otra vez con José Alejandro en este recinto, con ustedes como audiencia, y poder celebrar que se me otorga uno de los premios más ambicionados en Colombia. Pero no deja de tener un rasgo de humor negro el que se me haya otorgado esta presea precisamente cinco días después de haber publicado yo un artículo sobre la decadencia de la prensa, sobre el final del periodismo, muerte que, según he podido verificar recientemente, se calcula que se producirá en el primer trimestre del año 43 de este siglo. Faltan, pues, algunos años.

Y, curiosamente, acostumbrado a ser tratado como hijo del Ejecutivo, como protegido de mi padre, como el hijo de papi, me encuentro con la inversa, con que me corresponde llegar a este honor cuando, en 1992, ya lo había ganado el menor de mis hijos, Felipe López, entonces director de Semana, quien fue consagrado por su vida de periodista, que apenas sobrepasaba los 20 años.

No puedo olvidar, en estas mismas circunstancias, a la que yo calificaría como la cofundadora del Premio, doña Ivonne Nicholls, que ha desplegado un entusiasmo constructivo y me atrevo a calificarla de cofundadora, porque así lo ha sido, no una simple colaboradora, ni una organizadora, sino el alma y el espíritu que ha secundado los propósitos de José Alejandro Cortés. En fin...

Escogido para esta dignidad, me complace registrar de qué manera Colombia sigue siendo la misma a pesar de tantos avatares como se han abatido sobre nuestro destino. Esta sesión me recuerda la primera, la original, celebrada en la casa de Bolívar y en la que se escucharon voces de optimismo y de confianza en el futuro de nuestro país. Yo diría que, en cierta manera, a pesar de la maldición que ha sido para Colombia el advenimiento del narcotráfico y la guerra civil no declarada, pero tampoco terminada, la Colombia de 2006 responde, casi exactamente, a la Colombia de 1976, en cuanto a la estimación y al afecto de sus hijos por una patria que todos consideramos irremplazable. El mismo discurso optimista, las mismas cifras sorpresivas, o que creemos sorpresivas, que han circulado estos días, son idénticas a las que rodearon la celebración del primer premio, con una salvedad: que en los discursos de aquella época se celebraba con gran satisfacción el autoabastecimiento de alimentos en Colombia y se agregaba un país que alimentaba a sus vecinos y que exportaba más allá del mar para países necesitados.

No podemos decir hoy lo mismo, porque nos hemos vuelto importadores, y un cierto descuido con la agricultura se traduce, por qué no decirlo, en el desempleo; que se presenta como una sorpresa, si es que puede haber una sorpresa cuando es menor el número de áreas de cultivos y las cifras de desempleo. Lo curioso sería que a menor número de áreas cultivadas aumentara el empleo. Desgraciadamente no es así.

Con mayor autoridad que la mía, aquí se ha hablado de la situación del periodismo, no solo a nivel colombiano sino a nivel universal. Es un hecho que, al describir la situación de Colombia hace 30 años, con mayor o menor intensidad, los hechos sean los mismos, las palabras sean semejantes, la posición de los gobiernos frente al periodismo no difiera de la de aquellas épocas, pero, en cambio, cómo ha evolucionado el periodismo con la aparición de nuevos medios de comunicación y una competencia insospechada de la cual la televisión era apenas un anuncio. Nos encontramos con que el periodismo está prácticamente acorralado por la competencia, en el campo comercial, de medios nuevos distintos, como es el caso de internet. Confiemos, para la salud mental de la ciudadanía, que no desaparezca ese periodismo crítico tan característico de nuestro medio, como ha sido aquí descrito por quienes me precedieron en el uso de la palabra.

Es curioso y paradójico que, en el mundo de la globalización, el periódico escrito tenga que orientarse cada día, en mayor grado, a lo doméstico. El ciudadano, no solo entre nosotros, sino en el mundo entero, se interesa por lo que lo rodea, por su entorno, más que por las cosas universales. Lo que nos sucede aquí, en donde los episodios militares en el Líbano no cuentan frente a las crónicas sobre los pecadillos de los sexoeclesiásticos que nos rodean. Más y más, el periódico escrito tiene que ser una crónica de lo local, tiene que estar vinculado a lo que le interesa al cerebro y al bolsillo de la ciudadanía, al punto que algún cronista americano calificó no ya de local lo que hay que hacer sino de hiperlocal o superlocal para seguir cautivando el interés de los lectores.

A mí me sorprende, como lector ansioso de conocer el mundo exterior, de qué manera, más y más, la prensa colombiana se va ciñendo, en el mismo orden de ideas, a lo estrictamente local. Y no solo a lo estrictamente local sino, casi, diría yo, a lo estrictamente personal, que afecta a los lectores. Hace dos o tres semanas se celebró en Cartagena un acontecimiento sin precedentes de carácter universal, como fue el Congreso de Cultivadores de Palma Africana.

Acudieron 1.400 personas, de 30 países diferentes. Intervinieron en la discusión, el debate y la presentación de los hechos, 88 oradores, de los cuales 55 eran extranjeros y 33 colombianos, y se corrió todo el velo del futuro sobre las posibilidades económicas para Colombia de la palma africana, y, quienes habían asistido a otros congresos, particularmente en Asia, en Malasia o en Singapur, reconocían que esta reunión de Cartagena era un evento de carácter mundial, y del cual debíamos sentirnos orgullosos al ser Colombia el único país del continente suramericano que calificaba para participar en las directivas y en las grandes cifras de la palma africana, aproximándonos al cuarto lugar en el mundo, al lado del monopolio que ejercen, para ciertos efectos, los países de otros continentes. En estas circunstancias, es sorprendente que no haya existido despliegue o publicidad de ninguna clase que estimule a los agricultores y, particularmente, a los exportadores, a prestarle atención a un renglón que está transformando el mundo en momentos en que la bioenergía sustituye a los combustibles de carácter fósil y Colombia aparece como un país privilegiado por todos aquellos factores que nos enseñaban desde la escuela: puertos en el Pacífico y en el Atlántico, todos los climas posibles, abundancia de agua y haber experimentado ya, en pequeña escala, las posibilidades de reforestación; pero tenemos que pensar que, en este siglo, que es el de los descubrimientos, vamos camino de darle una verdadera sorpresa al mundo, al lado de aquellos que comienzan a cultivar la caña para la bioenergía, y para la biotecnología, la soya y la palma africana. 

¿Cómo es que de estas cosas que nos tocan tan de cerca se ausenta la prensa? Es esa orientación hacia lo local, la que no puede excederse sin correr el riesgo de que la prensa colombiana sufra la suerte de la prensa de otros países, en donde diarios con 114 años de existencia han desaparecido.

Nuestra prensa, como la describía el presidente Cortés, es una prensa heroica. Reducir el número de muertos para alegar, mediante estadísticas, que ya no hay la necesidad de ese heroísmo para ser periodista, es inexacto. Desgraciadamente, también, siguiendo la orientación del presidente Cortés, fracasó el proyecto de agremiación que estaba pendiente hace 30 años con la tarjeta de periodista, que fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia en aquellas épocas. Se impone una mejor condición laboral para los periodistas de cada día, los cronistas, los entrevistadores, los fotógrafos, para que tengan un mínimo de seguridad social y atención médica, de salarios que compensen los esfuerzos y el heroísmo a los que he hecho referencia.

Y termino con la misma admonición de 1976, la de la responsabilidad del cuarto poder, que es la prensa escrita. Hay que pedirle a la prensa escrita que contribuya con su discreción, con el respeto a la verdad de los hechos, manteniendo la libertad de opinión, que es sagrada, que contribuya al proceso de paz en que estamos comprometidos. Si, entonces, cuando no vivíamos momentos tan angustiosos como los presentes, pedía yo, en calidad de Presidente de la República, que la prensa asumiera la totalidad de sus responsabilidades, algo semejante me atrevo a insinuar en momentos en que parecería que nos estamos aproximando a una nueva etapa en el conflicto que viene de años atrás.

Expresamente, a los periodistas que han pedido mi opinión para la radio, la televisión y la prensa escrita, les he dicho que prefiero guardar silencio y dejar en manos de los protagonistas del proceso de paz esta etapa que, por su propia naturaleza, debe ser reservada, discreta e íntima. Hay un contraste monstruoso entre la necesidad de avanzar, apelando a los sentimientos patrióticos y humanitarios de los protagonistas en la intimidad de una relación de dos personas, y el proceso que se está cumpliendo de abrir un plebiscito para que todo el mundo opine, interprete y vaticine el éxito o el fracaso de las conversaciones.

Yo quiero aprovechar este escenario para pedir que se contribuya, con una total discreción, a impedir que quienes están comprometidos personalmente como protagonistas del proceso de paz sufran la presión de la opinión orientada, como si se tratara de una campaña política. Precisamente, lo que necesitamos es independencia, porque la opinión es libre, pero la información es sagrada.

Termino, pues, agradeciendo la presencia de todos ustedes, invocando su colaboración en el proceso en el que nos estamos comprometiendo todos los colombianos, para que se celebre un Acuerdo Humanitario, y, más adelante, pero independientemente, se considere un proceso de paz, que ponga término a esta guerra tan ingrata y perseverante.